lunes, 29 de septiembre de 2008

ANALISIS DE UN TEXTO LITERARIO

ANALISIS DE UN TEXTO LITERARIO
A LA DERIVA
Horacio Quiroga
CAPITULO I
El hombre piso algo blancuzco y en seguida sintió la mordedura en el pie. Salto adelante y al volverse, con un juramento, vio a un yararacusu que, arrollada sobre si misma esperaba otro ataque.
El hombre echo una ojeada a su pie, donde dos gotitas de sangre engrosaban dificultosamente y saco el machete de la cintura. La víbora amenaza y hundió mas la cabeza en el centro mismo de su espiral,- pero el machete cayo de plano; dislocándole las vertebras.
El hombre se bajo hasta la mordedura, quito las gotitas de sangre y durante un instante completo, un dolor agudo nacía de los puntitos violeta y comenzaba a invadir todo el pie. Apresuradamente se ligo el tobillo con su pañuelo y siguió por la picada a su rancho.
El dolor en el pie aumentaba, con sensación de tirante abultamiento, y de pronto el hombre sintió dos o tres fulgurantes puntadas que, corno relámpagos, habían irradiado desde la herida hasta la mitad de la pantorrilla. Movía la pierna con dificulta; uno metálica sequedad de garganta, seguida de sed quémate, le arranco un nuevo juramento.

CAPITULO II
Llego por fin al rancho y se echo de brazos sobre la rueda de un trapiche. Los dos puntitos violeta desaparecían ahora en una monstruosa hinchazón del pie eterno. La piel parecía adelgazada y a punto de ceder, de tensa. Quiso llamar a su mujer, y la voz se quebró en un ronco arrastre de garganta reseca. La sed lo devoraba.
¡Dorotea! Alcanzo a lanzar en su exterior. ¡Dame caña!
Su mujer corrió con un vaso lleno, que el hombre sorbió en tres tragos. Pero no había sentido gusto alguno.- ¡Te pedí caña, no agua!-rugió de nuevo -, ¡Dame caña!

Ø ¡Pero es caña, paulito! – protesto la mujer, espantado.
Ø ¡No, me diste agua! ¡Quiero caña, te digo!
La mujer corrió otra vez volviendo con la damajuana. El hombre trago uno tras otros dos vasos, pero no sintió nada en la garganta.
Ø Bueno; esto se pone feo – murmuro – entonces, mirando su pie, lívido y ya con lustre gangrenoso. Sobre la onda ligadura del pañuelo la carne desbordaba como una monstruosa morcilla.
Los dolores fulgurantes se sucedían en continuos relampagueos y llegaban ahora hasta la ingle. La atroz sequedad de garganta, que el aliento parecía caldear mas, aumentaba a la par. Cuando pretendió incorporarse u fulminante vomito lo mantuvo medio minuto con la frente apoyada en la rueda de palo.


CAPITULO III

Pero el hombre no quería morir y descendiendo hasta la costa subió a su canoa. Sentose en la popa y comenzó a palear hasta el centro del Paraná. Allí la corriente del rio, que en las inmediaciones del Iguazú corre seis millas, lo llevaría antes de cinco horas a Tacuru-pacu.
El hombre, con sombría energía pudo efectivamente llegar hasta el medio del rio; pero allí sus manos dormidas dejaron caer la pala en la canoa, y tras un nuevo vomito de sangre esta vez – dirigió una mirada al sol, que ya trasponía el monte.
La pierna entera, hasta medio muslo, era un bloque deforme y durísimo que reventaba la ropa. El hombre cortó la ligadura y abrió el pantalón con su cuchillo: el bajo vientre desbordo hinchado, con grandes manchas lívidas y terriblemente dolorosas. El hombre pensó que no podría jamás llegar el solo a Tacuru-pacu y decidió pedir ayuda a su compadre Alves, aunque hacia mucho tiempo que estaban disgustados.
La corriente del rio se precipitaba ahora hacia la costa brasileña, y el hombre pudo fácilmente atracar. Se arrastro por la picada en cuesta arriba; pero a los veinte metros, exhausto, quedo tendido de pecho.
Ø ¡Alves! – grito con cuanta fuerza pudo; y presto oído en vano - ¡Compadre Alvares! ¡No me niegues este favor! – clamo de nuevo -, alcanzo la cabeza del suelo.
En el silencio de la selva no se oyó un solo rumor. El hombre tuvo aun valor para llegar hasta su canoa, y la corriente, cogiéndola de nueva, la llevo velozmente a la deriva.


CAPITULO IV
El Paraná corre allí en el fondo de uno inmensa hoya, puyas paredes, altas de cien metros, encajonan fúnebremente el rio. Desde las orillas, bordeadas de negro bloques de basalto, asciende el bloque, negro también. Adelante, a los costados, detrás, la eterna muralla lúgubre, en cayo fondo el rio arremolinado se precipita en incesantes borbollones de agua fangosa. El paisaje es agresivo y reina en el un silencio de muerte. Al atardecer Sin embargo, su belleza sombría y calma cobra una majestad única.
El sol había caído ya – cuando el hombre, semitendido, en el fondo de la canoa, tuvo un violento escalofrió. Y de pronto, con asombro, enderezo pesadamente la cabeza: se sentía mejor. La pierna le dolía a penas, la sed disminuía, y su pecho, libre ya, se abría en lenta inspiración.
El veneno comenzaba a irse, no había duda. Se hallaba casi bien, y aunque no tenia fuerzas para mover la mano, contaba con la caída del roció para reponerse de todo. Calculo que antes de tres horas estaría en Tacuru-pacu.
El bienestar avanzaba, y con el una somnolencia llena de recuerdos. No sentía ya nada ni en la pierna ni en el vientre. ¿Viviría aun su compadre Gaona en Tacuru-pacu? Acaso viera también a su patrón Mr. Douglas y al recibidor del obraje.
¿Llegaría pronto? El cielo, al poniente, se abría ahora en pantalla de oro, y el rio se había coloreado también.
Desde la costa paraguaya, ya entenebrecida, el monte dejaba caer sobre el rio su frescura crepuscular en penetrante efluvios de azahar y miel silvestre. Una pareja de guacamayas cruzo muy alto y en silencio hacía el Paraguay.
Allá abajo, sobre el rio de aro, la canoa derivaba velozmente, girando a ratos sobre si misma ante el borbollón de un remolino. El hombre que iba en ella se sitia cada vez mejor, y pensaba entre tanto en el tiempo justo que había pasado en ver a su ex patrón Douglas ¿tres años? Tal vez no, no tanto. ¿Dos años y nueve meses? Acaso. ¿Ocho meses y medio? Eso si seguramente.
De pronto sintió que estaba helado el pecho. ¿Qué seria? Y la respiración también….
Al recibidor de maderas mr. Douglas, Lorenzo cubillas, lo había conocido en puerto Esperanza un viernes santo… ¿viernes? Si, o jueves…
El hombre estiro lentamente los dedos de la mano. Un jueves… y ceso de respirar.













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